Tercer Capítulo - Espejos
Posted: 10/22/2011 by Jack Bronson in
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“…Un haz de luz comienza a dibujarse bajo sus pies. Su cuerpo oscila. Una serie de imágenes aparecen a su alrededor. Decenas de rostros. Algunos similares a él, como clones. Cada uno diferente, cada uno tan similar al otro…”
- ¿Quién es?
- No se. Un reemplazo.
- ¿De donde vendrá?
- De otro trabajo.
- ¿Cómo se llama?
- Ni idea. Pronto lo presentarán, como sucede con todos.
- Ay!!!… ¡Qué eres fome! Nada te llama la atención.
- Sólo me llama la atención lo que me parece importante.
- ¿Ya? ¿Y que se supone que es importante para el Sr. Robbins?
- La gente a la que quiero, como a ti.
Joviana se sonroja. Trata de disimularlo prestando atención a un nuevo mensaje que le envía Vicente por la Intranet.
- Que no se saque sus audífonos, ni en su primer día, me parece una ordinariez…
- El que cambies de tema tan repentinamente, me parece tierno…
- No bromees con eso, por favor. Soy una mujer comprometida.
- No bromeo. Sólo digo la verdad. Ahora bien, cada quien sabe con qué se compromete.
- Bueno. Entonces no me digas esas cosas, porque me ponen nerviosa y después te creo.
- El que te ponga nerviosa, es al menos un avance.
- Deja de analizarme pesado…
Joviana se sonríe. Robbins le mira a los ojos y también le sonríe.
- Mh. También me llama la atención eso de los audífonos. ¿No será de esos para sordos?
- No se… Quizás simplemente es un ordinario.
- Puede que sea tímido, simplemente no conoce otra manera de presentarse. El mostrarse indiferente siempre es buena estrategia. Un clásico.
- Quizás es un engreído que le importa bien poco lo que los demás comenten.
- En ese punto tendría razón… deja ir a felicitarle…
- ¿Por qué?
- Porque no le importa lo que los de más piensen.
Robbins se pone de pie y se dirige hacia el nuevo compañero. Joviana le corta el paso.
- No seas ridículo, pensará que estas loco.
- En ese caso lo felicitaré dos veces porque estará en lo cierto. Me agrada la gente asertiva.
- Estas delirando.
- Tu me haces delirar.
Joviana le queda mirando a los ojos, en principio con la intención de regañarle, pero le es imposible no mirarle con cariño. Nuevamente sonríe.
- Vamos a tomar un café, tonto. Yo te invito. A ver si te dejas de tonteras.
El casino de Cristális Producciones está vacío. No es un horario en el cual los diseñadores y técnicos se despisten de sus pantallas. Es época de cierre de proyectos, los clientes habitualmente están al teléfono todo el día afinando los últimos detalles. Robbins y Joviana supervisan a diferentes equipos, a esta hora al menos han dejado rodando varios de los contratos. Han sido semanas de gran estrés. Joviana espera en una de las mesas. Robbins se acerca con los cafés.
- ¿Dos de azúcar cierto?
- Eh. Si gracias.
- En que piensas preciosa.
- Eh. En nada.
Suena el celular de la chica. Un mensaje de texto. Lo lee y luego simplemente lo borra.
- ¿Malas noticias?
- Vincent está muy ocupado, como siempre.
- ¿Hoy no es su aniversario?
- Puede esperar. Es sólo uno más.
- Mh. Las cosas no van bien al parecer.
- Estoy aburrida.
- Bueno. Para eso me tienes a mí. Me gusta verte sonreír.
Silencio. Ella sólo mira hacia un lado y de reojo.
- Leo. Porqué simplemente no me robas un beso. ¿Qué te detiene?
- Guau… no me lo esperaba. No se trata de robar. Se trata de ganar.
- ¿Ganar?
- No me corresponde robarte nada. No me gustaría meterte en problemas.
- Cortejándome lo haces.
- Cortejándote trato de abrirte los ojos, y así evitar que tengas problemas cuando definitivamente pueda acercarme a ti.
- Leo. Me voy a casar.
Nuevamente silencio. Ambos quedan mirando sus respectivos cafés. El vapor se disemina en la atmosfera.
- Me lo dices con un tono triste.
- No. Simplemente…
- No me expliques nada. Esa es una claridad que te debe convencer a ti. No a mi.
- ¿Volvamos?
- Como quieras.
Al poco avanzar, Joviana recibe un nuevo mensaje de texto. Robbins le mira de reojo. El rostro de la chica se marchita aún más. Sólo avanzan sin cruzar palabras.
- ¿Te incomoda acompañarme hasta mi casa cuando salgamos del trabajo?. No deseo sentirme sola hoy.
- Cuenta conmigo.
- Gracias.
El día transcurre con cierta rapidez. Algunas órdenes de trabajo se van consolidando con el avanzar de las horas. El contacto con los clientes, reuniones de coordinación y diseño de presentaciones, consumen gran parte de la jornada laboral. Joviana y Robbins no cruzan miradas desde el café.
La gente comienza a abandonar sus puestos de trabajo. Un aire de distensión se percibe en los pasillos de Cristalis. Robbins cierra la cesión de su computador. Observa a la distancia como aquella chica alimenta su cartera con papeles.
- Son las seis. ¿Estas lista?
- Si, vamos.
Media hora de caminata, por calles céntricas atestadas de movimiento, bocinas y risas. De ahí a villas adornadas con verdes y extensos prados. Niños jugando. Una pareja silente pasa desapercibida.
- Disculpa si no te felicité.
- No importa. En realidad no me importa.
- He soñado contigo. Estas últimas dos semanas, no he dejado de soñar contigo. Te veo desaparecer, y me desespero. Nada puedo hacer para detenerte, ni para recuperarte. Esa sensación me aterra.
- ¿Me amas?
- Lo que sienta por ti, puede esperar por ti.
- Tu sabes que con esperar no basta.
- A mi también me cuesta.
- Lo se.
Se quedan mirando frente a frente a pocos metros de la casa de Joviana. Ella sonríe. Él sólo le mira. Respira hondo. También le sonríe.
- Suficiente por hoy. Nos vemos mañana.
- Cuídate.
- Tu también.
Él se aleja. Ella avanza hacia el umbral de su casa. Luego se detiene. Piensa en Leonardo. Piensa en Vicente. Cierra los ojos. Sonríe. De pronto escucha unos pasos que se acercan velozmente hacia ella.
- ¡Joviana! ¡Joviana!
- ¿Robbins?
- Por fin. Por fin te encuentro.
- ¿Qué? ¿De qué hablas?
Robbins le toma de la cintura. Ella sorprendida, simplemente se deja guiar por sus brazos, hasta chocar con sus labios. Ya no hay ideas, no hay motivos, no hay miedos. Ella siente que en ese acto se traducen y diluyen muchas de sus dudas. Tan simple, tan real. Pero en medio de un apasionado beso, algo frena de golpe la imagen. Ambos se alejan, como dos imanes de igual polo. Se miran con extrañeza, algo no calza, algo no está bien. Casi al unísono pronuncian la misma frase.
- ¡¿Quién eres tu?!
En ese preciso instante una luz blanquecina envuelve a Robbins y desaparece ante los ojos de Joviana. Un tipo con audífonos, observa la escena, a pocos metros de ahí. Toma un par de apuntes, y luego se aleja sin mayor sobresalto.