Monólogo sobre un Sentimiento Vetado
Posted: 5/27/2011 by Jack Bronson inEl amor ha adquirido condición de tema vetado en mi léxico. El desencanto residual, tras continuos fracasos, desvistió de toda magia y certezas a esta palabra que tanto defendí, y usé como escudo para enfrentar cambios críticos en mi vida. De sentimiento a concepto hueco, inútil, apilado junto a decenas de momentos nefastos que terminaron por derrumbar su primacía.
“Amarse no es suficiente para estar juntos…” Sonrío ante una ventanilla de MSN. Una vieja amiga me escribe sobre el término de una importante relación para ella (la ironía es que su pareja se llamaba Sebastián).
Quizás en realidad el tema se tiende a sobrevaluar y el amor termina cargando con más peso del que su estructura es capaz de tolerar. O quizás cometemos un pecado semántico, dándole un uso indebido a la palabra.
“Amor que hace mal, no es amor” Y es de Perogrullo. Cuando amas entregas lo mejor de ti por el otro. Cuando amas, no existe nadie más. El amor es un don, un regalo que sólo Dios puede descifrar, que sólo Dios es capaz de instalar, y donde nuestra mayor, y única responsabilidad, es cuidarlo. ¿Y qué hacemos? Simplemente pecamos de desidia y egoísmo, y “¡Puff!… ¡¡Ya no está!!”
He llegado a pensar que el amor, simplemente, puede tener una base egoísta, en el buen sentido de la palabra. Es imposible amar sin primero amarse uno mismo. Eso implícitamente exige seguridad, equilibrio y compromiso con lo que uno quiere. El amor parte de uno y se proyecta al otro, no para devorarlo, sino para envestirlo con cariño, para hacerlo parte de una armonía dual que sólo se consigue en una danza sincrónica de ternura y pasión. El amor une, es uno, no hay dos amores interactuando, es necesariamente un acto mágico de fusión, donde no hay cabida para la sospecha, el miedo o la postergación.
Y aún así he dejado de creer en mucho de lo que escribo. No porque sean mentiras, sino porque no tengo en qué basarme. El virus de la frustración me terminó por infectar, como era de prever. Cuando dudas, no existe otro final que el de quedarse solo y a medio camino. Pero, claro, con dudas, que es lo único que terminaste por sembrar y cosechar, junto a un sentimiento autocomplaciente de... "Uy... de lo que me salvé!!!"… Como si tuviera algún mérito ir por la vida esquivando riesgos, por simple temor a caer. Hasta el momento, por más que he buscado, no he encontrado escrito en ningún tratado, que ese sea el camino a la felicidad.
Días atrás me detuve ante una pareja de ciegos que caminaban tomados de la mano, con una sonrisa tan cálida en sus rostros, abriéndose paso entre la multitud. Un sentimiento melancólico me embargó. No les podía dejar de contemplar y envidiar. Frágiles, inútiles, pero a la vez tan fuertes y seguros. El riesgo de caer al abismo era compartido; el riesgo de perderse, uno solo. Pero aún así no necesitaban nada más que el uno al otro; su realidad era la confianza, la incondicionalidad, la complicidad, en un juego vital que, quizás, ellos llamen amor… quizás simplemente lo llamen estar juntos.