Alerta de Terrepotos
Posted: 4/29/2017 by Unknown in
0
Bailas sobre la acera a un ritmo forzado, como
muñeco mañoso. Sólo sonreímos… no se si de cansancio o de nerviosismo. Ha sido
todo un desafío escapar de acá. Las réplicas son descaradas. A mi me da risa la
escena. Ver como, hasta los animales, escapan de la playa, mientras nosotros intentamos
hacer lo mismo, haciendo dedo. Pero no ha sido fácil. Para mí es una aventura
más. No se si para mi hermano esto tiene gracia. Un par de minutos más y nos
devolvemos a las cabañas abandonadas. No
tenemos más opción. Febrero 27.
“Caballero, estamos en Estado de Catástrofe”... fue la expresión que me despertó por algunos segundos.
Llegué de noche a Pichilemu, buscando
despejarme. Horas previas a un histórico terremoto que se convertiría en
catástrofe nacional. Quebrazón de vasos, autos que se movían por si solos,
casas que parecían de gelatina. Vi gente gritar, escapar sin rumbo aparente,
desesperarse, entrar en shock… mientras yo fumaba mi último cigarro antes de
dormir. Luego de la parte intensa, vino una larga e inútil charla sobre lo que
habría sucedido en otros rincones del país; sin siquiera tener claro lo que había
sucedido a nuestro alrededor. Al final me dormí acunado por las constantes
réplicas. Si, me dormí. Nací en este escenario… no puedo simular pánico.
La gente suele reaccionar de las maneras más
inusuales ante las situaciones críticas. Disociarse, inundarse afectivamente,
congelarse o simplemente… unirse. Quizás esto último marcó mi socialización
ante el desastre. Ver como gente en permanente e inentendible conflicto, ante
estas situaciones, se olvidaba de sus diferencias y compartía, se apoyaba, y
reflejaba ese hilito que nos une a todos como una inmensa familia. Esa
humanidad que a veces me sorprende y me emociona (Si… también me ocurren esas
cosas). Bueno, también saca lo peor de algunas personas. Una amiga estuvo en
pleno epicentro, y sus “grandes amistades” se comportaron como siempre deberían
haberse comportado.
El terremoto de septiembre 2015, estaba en una
cola de supermercado… en algún momento pensé que ese galpón prefabricado se
venía abajo. Seguí en la cola. Una vez que pasó el desastre, tomé el puesto de
quien me antecedía, y que había salido corriendo. Y simplemente pagué lo que había
ido a comprar para el cumpleaños de mi hija. Nunca olvidaré, que después de eso
me fui a cortar el pelo. Si. Todo me importó una huea, lo sé. Al menos llamé antes al peluquero, para preguntarle si
le parecía descabellada mi idea. (evidencia de empatía rudimentaria)
Hoy volvemos a este ritmo tan chileno de
movimientos tectónicos. Quizás qué sorpresas nos depara este nuevo episodio de inclemencias.
Creo que a veces es bueno pasar por esto. A veces nos despierta de tanta
monotonía hipnótica, tanto problema sobrevalorado, tanta hipocresía exagerada, tanta nimiedad económica y avaricia indolente que nos estresa
gratuitamente.
El recordar que somos vulnerables, nos hace mejores, más
sinceros, más fuertes… más reales.