La Lluvia que nos Separa
Posted: 6/02/2013 by Jack Bronson in
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Recuerdo a mi padre mirando a
través de las persianas, vigilante, como si con ello pudiera hacer desaparecer
las amenazantes nubes. Recuerdo que la lluvia se había convertido en un tema
tabú, desde que en 1986, sólo un año después del terremoto, el río decidiera
arrasar con todo. Ya había pasado tiempo, pero bastaba con que una gota cayera
para despertar el trauma de perderlo todo y que el pánico se esparciera dentro
de la casa. Hasta que un día mi madre lo confrontó y le reflejó que
necesitábamos que lloviera, estábamos en sequía, al borde del racionamiento
eléctrico, y ya era hora de rogar por ella. En ese momento, aún niño, comprendí
que mi padre no siempre tenía razón, que en ocasiones su juicio era producto
del miedo; también que la vida no puede vivirse de extremos; y que en realidad,
para mí, ese día de la inundación había sido el comienzo de unos días
fantásticos.
¿Fantásticos?... obvio, era un
niño. Despertar y ver la cama flotando, era como el comienzo de una aventura.
Mi padre era una suerte de titán herido que luchaba en contra del destino, mi
madre era una princesa que nos protegía y nos regalaba calma. El mundo a mi
alrededor se unía, ofreciendo ayuda, en una sinfonía de nobleza y valentía que
parecía emanar de quienes veía desafiar aquel devorador e insaciable río. Conocí
la intimidad del hogar de mis amigos, quienes nos refugiaron. Y luego escapamos
al paraíso, a la casa de mi abuela. El lugar más feliz del mundo en mi niñez.
No quería que dejara de llover. Todo ello era maravilloso. Pero al cabo de unas
semanas regresamos a nuestro hogar, húmedo, dañado y maloliente. Esa era mi
versión de lo sucedido, diferente al terror de mi padre, que en ocasiones me
hacía sentir como un egoísta traidor.
Esta historia la evoco con el fin
de reflejar las dicotómicas visiones y actitudes ante la lluvia. Hace unos días
atrás manifestaba, en una de esas conclusiones rápidas y generalistas, que una
de las maneras de identificar a mi grupo de referencia es en base a su reacción
ante la lluvia. Hay quienes se deprimen, se complican e irritan, reniegan de la
lluvia como si vivieran en un mundo mágico de verano eterno. En cambio, hay
otros, de quienes me siento parte, que la viven como una etapa de un ciclo inevitable,
conocen el costo, pero la disfrutan y rescatan cada precioso momento pasado y
cada oportunidad que acompaña a los charcos, la ropa mojada y los paraguas
babosos.
Quizás mi conclusión no es tan
lejana a la realidad. Saber enfrentar la adversidad, la inclemencia, comprender
que el mundo en ocasiones escapa de nuestras simplonas expectativas, es algo
que valoro y me encanta desarrollar. Más aún, rescatar la oportunidad y los
beneficios de aquello, que en principio hemos conceptuado como terrible, es un
paso adelante en nuestro proceso de crecimiento, madurez… quizás hasta de
evolución… Al final, los que se dan por derrotados, se los lleva el río… los
que aceptan la realidad, aprenden a nadar.