Ni el Amor, Ni la Pena, Ni el Dolor
Posted: 12/23/2012 by Jack Bronson in
Esta es la frase que he tallado
al final de este año, que me ha permitido sintetizar en parte mi desencanto y
muerte, y a partir de ahí la reelaboración de aspectos nucleares de mi vida. Es
una frase que no surge de una conclusión, sino que es parte de un impulsivo
término de una relación de pareja, consumado a través de vergonzosos e-mails,
chats y mentiras. Es una frase que buscaba transmitir la decepción, frustración
y la soledad que sentía en ese momento, el sueño extinguido tras tanta espera, de
que el otro cambiara, reaccionara, me enorgulleciera; la necesidad de un acto
de amor noble, de contención y comprensión que no exigía, pero que anhelaba y
lloraba. A partir de ahí todo vuelve a morir, todo se desnuda de sentido,
porque lo que alimenté sólo me mordió y salió huyendo, esfumándose,
confundiéndose graciosamente entre la multitud. Y me quedo sin conclusiones,
sin sustento, sin esas hermosas palabras que aparentemente prometían.
Sacarse la venda de los ojos, es
un acto en principio desgarrador, porque te enfrentas no sólo a las realidades
engañosas que no eras capaz de ver, si no que a tus propias ilusiones, esas que
vas elaborando y alimentando para ti mismo, y te enfrentas a tus propios
espejismos, a las inseguridades y fantasmas que las sostuvieron. Tengo rabia
por eso, porque he estado sujeto a pasiones y emociones nefastas, porque yo
mismo, consciente o inconscientemente di pie para caer en penas y desilusiones
que me han torturado profundamente, dañándome y mutilando parte importante de
mi persona. Pero no más. Deseo y le pido a Dios que me ayude a enterrar todo
esto, que no permita, ni me permita seguir arrastrando esto que he llamado
maldiciones.
El amor, el compromiso, la
tristeza, la rabia, el dolor, el sacrificio, han sido recursos estériles, que
más que procurarme felicidad, se aseguraron de abandonarme en callejones
oscuros, lanzándome agotado y perplejo. Levantarme tras cada ilusión no ha sido
un proceso heroico, sino un transe lleno de críticas y cuestionamientos,
sazonados por la vergüenza y la desesperanza de haber creído, de haberme
permitido creer y confiar nuevamente, para otra vez vivir lo mismo. Y no es mi
afán responsabilizar a nadie, más que a mi mismo, porque es fácil lanzar
piedras, porque ya lo he hecho. Porque al final el que siempre perdió fui yo,
por más que perdonara y me perdonara; el que se cuestionaba y asumía las
responsabilidades era yo; el que se desgastó cambiando su vida y rogando
impropiamente nuevas oportunidades, fui yo. Y eso habla de mi, y de cómo me he
vivido la vida yo, no del otro, no en quién confié y amé; sólo de mi. Y es ahí
donde renuncio, para perder y no seguir perdiendo.
Luego me doy cuenta que es una
constante… y es ahí donde todo comienza a desfigurarse. No se trata sólo de una
relación de pareja, se trata de cómo haz mendigado cariño, respeto y amor, durante
mucho tiempo, en muchos aspectos y ámbitos, y de cómo comienza a emerger la
impotencia, el desencanto, la rabia hacia ti mismo por no respetarte, por no valorarte,
por no despertarte, por no desarrollarte, por miedo, por no creer en ti, por
regalarte con tanta facilidad y por nada. Y lo desagradable es que esta maldita
resiliencia no te ofrece espacio para llorar, y maldecir el mundo que te enseñó
a ser así, sino que te impulsa a cambiar y ofrecerte soluciones, nuevas
vestiduras, nuevos caminos a seguir. En parte me alegra enfrentarlo así, pero
en parte también desearía lanzarme sobre la cama y ponerme a llorar y gritar, con
justicia, toda esta rabia, a pesar de que ya aprendí que el mundo en el que he
vivido es sordo, y no vale la pena hacerlo. Estoy claro, no quiero volver a
buscar consuelo. Y para ello me encargaré de no tener la necesidad de tener que
buscarlo... porque este estúpido círculo vicioso llega hasta aquí.
Este es el último post del año.
Está cargado de amargura, rabia y amor dañado. No busca ser lamento, busca ser
descarga, renuncia y reinicio. Busca sintetizar ese amargo tormento que vivo
todos los días, a cada segundo, al que le digo “Basta Sebastián, por favor
basta… olvida”, y desprenderme de lo que no está. La espera sin retorno, hace
que confundas sueños con fantasías; esperanza con delirio. Es así como este año
acaba, tratando de dejar atrás la oscuridad que me ha acompañado por siempre.
Es aquí donde me despido de mi, y de todo lo que ello implica. Es aquí donde no
me planteo más proyectos, ni sueños, ni esperanzas. Es aquí donde hago una
pausa, cierro los ojos, sonrío, abro mis ojos… y comienza mi historia.
Adiós 2012…
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